Los chimpancés toman sus propios antibióticos | Ciencia
Hace unas semanas se supo que un orangután se aplicaba un emplasto a base de una planta medicinal en una fea herida que tenía en la cara. Ahora, a miles de kilómetros, en otro continente, se da a conocer que otro gran simio, el chimpancé, usa un abanico de vegetales, desde hojas a corteza de árboles, para tratar sus males. El análisis de estas plantas, algunas habituales de la medicina tradicional, ha demostrado que la mayoría tiene actividad antimicrobiana y, un tercio, antiinflamatoria. Los autores de este trabajo creen que los grandes simios podrán ayudar algún día a los humanos a descubrir nuevos fármacos.
En la reserva del bosque de Budongo (Uganda) hay varias comunidades de chimpancés. Dos de ellas, las de Sonso y Waibira, están habituadas a la presencia de los científicos, que vienen estudiando a las dos poblaciones (la primera de 68 individuos y la segunda de 105) desde el siglo pasado. Ocasionalmente, los han visto ingerir plantas de desconocido o nulo valor nutritivo. Sospechando su posible uso medicinal, un grupo de investigadores recolectaron decenas de muestras de 17 partes de 13 especies diferentes (de algunas recogieron tanto hojas, como corteza o madera muerta) que no formaban parte de su dieta habitual. En paralelo, analizaron deposiciones y orines de ambos grupos para detectar patologías, siguiendo, en especial, el comportamiento y estado de 51 de ellos.
Como detallan en la revista científica PLoS ONE, las muestras fueron analizadas para determinar sus propiedades antiinflamatorias y antibióticas en la Universidad de Ciencias Aplicadas de Neubrandenburg (Alemania), en el laboratorio dirigido por el doctor Fabien Schultz, coautor del estudio. Obtuvieron 53 extractos por medio de métodos diferentes y lo siguiente que hicieron fue analizar sus efectos farmacológicos.
“Probamos estos extractos para determinar sus efectos antibacterianos y antiinflamatorios”, dice Schultz, un etnofarmacólogo que lleva años estudiando los puentes entre la medicina tradicional de las comunidades humanas y las plantas medicinales que consumen los primates. “En nuestros ensayos de antibióticos in vitro, hemos investigado los efectos de los extractos contra el crecimiento de 11 cepas diferentes de patógenos bacterianos. Estos incluían aislados clínicos de los llamados patógenos ESKAPE, que la OMS considera una de las mayores amenazas para la salud mundial”, añade. Entre las bacterias están algunas patogénicas, como la Escherichia coli, y multirresistentes, como Staphylococcus aureus o Klebsiella pneumoniae. “Todas las cepas utilizadas en nuestro estudio tenían resistencias a múltiples fármacos, a menudo contra los antibióticos más importantes que existen”, completa el investigador alemán. Casi hicieron pleno: 45 de los extractos de plantas (el 88%) mostraron al menos cierta actividad antibacteriana en la concentración de prueba más baja contra al menos una cepa.
Demostraron que las plantas recogidas tenían efectos antibacterianos, pero, como destaca Schultz, esto “no nos dice nada sobre la potencia de estos remedios herbales; simplemente que hay ingredientes activos que causan tales efectos presentes”. La potencia la evaluaron mediante ensayos de dosis-respuesta. Identificaron así los extractos más potentes, destacando el obtenido de la madera muerta del Alstonia boonei, un árbol de hoja caducifolia presente en buena parte del África subsahariana y usado por muchas comunidades humanas como medicamento. En los experimentos, su mayor capacidad inhibitoria la mostró ante una bacteria temida en los hospitales, S. aureus, y otra que, habitual del sistema digestivo humano, puede derivar en patogénica provocando meningitis en recién nacidos, la Enterococcus faecium. También mostraron gran capacidad antibiótica contra esta bacteria y la E. coli la corteza y resinas del Khaya anthotheca, un árbol de gran tamaño. En los dos últimos años de seguimiento, los investigadores habían observado a varios chimpancés con parásitos intestinales comiendo la madera de uno y la corteza y resina del otro.
“Un chimpancé con una mano dañada buscó hojas de un helecho con fuertes propiedades antiinflamatorias”
Elodie Freymann, investigadora de la Universidad de Oxford
Hasta ahora se tenía constancia de que varias comunidades de chimpancés ingerían hojas u otras partes de especies vegetales para combatir sus infecciones parasitarias intestinales. En el caso de muchas hojas, el efecto curativo es de carácter mecánico, no hay principio activo: incapaces de ser digeridas y pobladas de ásperos tricomas en su superficie, arrastran consigo a gusanos intestinales como los nemátodos. Pero el recurso a plantas con actividad antibiótica no se había documentado con este detalle. Y no solo antibiótica.
Como relata la investigadora de la Universidad de Oxford y primera autora del estudio, Elodie Freymann, “un chimpancé con una mano dañada buscó hojas de un helecho con fuertes propiedades antiinflamatorias; ningún otro individuo a su alrededor comió helechos, y esto solo se había visto una vez antes en 30 años de observación”. La especie de helecho era concretamente el Christella parasitica. Un tercio de las especies analizadas tenían algún efecto antiinflamatorio o analgésico. Aunque es difícil cerrar el círculo y conectar intencionalidad con la acción y el resultado, para Freymann, “esto aporta pruebas que sugieren que el chimpancé pudo haber buscado los helechos por sus propiedades antiinflamatorias”. Van a seguir estudiando esto para confirmar que, al menos en estas comunidades, buscan determinadas plantas y no otras cuando tienen una determinada dolencia y no otra.
“Es importante que recordemos que las heridas no son las únicas dolencias que sufren los animales, y que habrá enfermedades internas para las que los animales necesitarán automedicarse”, recuerda la investigadora de Oxford. “Esto puede ser más difícil de estudiar que las heridas, porque no puedes ver físicamente qué le pasa al animal que estás estudiando, por lo que para hacerlo es necesario adoptar un enfoque multidisciplinario, analizando anécdotas de comportamiento junto con datos de salud y resultados farmacológicos”, añade. Conectando la historia de estos chimpancés con la del orangután Rakus, Freymann termina destacando: “El mundo natural está lleno de medicinas de las que dependemos, así como nuestros vecinos no humanos. Si queremos mantener a estos animales seguros, debemos proteger su botiquín”.
Incluso siendo egoístas. Su colega de investigación, el etnofarmacólogo Schultz, que ahora está investigando el uso de plantas medicinales por parte de los gorilas de montaña, recuerda que “encontrar un medicamento de gran éxito a partir de materiales naturales, suele ser como encontrar la aguja en el pajar; sin embargo, nuestro trabajo ha contribuido al descubrimiento de fármacos en sus primeras etapas”. Claro que aún quedaría mucho por hacer, un extracto puede contener más de 1.000 sustancias diferentes. “No sabemos (todavía) qué sustancias están presentes, si son nuevas para la ciencia y cuánto de potentes son. También puede haber efectos sinérgicos, es decir, una combinación de sustancias causa el efecto, no una sola”, recuerda el científico germano. Además, solo han proporcionado pruebas científicas de su eficacia in vitro y queda por aislar el o los principios activos y si serían aplicables en ensayos con animales, pero, termina Schultz, “este es un camino muy largo por recorrer, pero en teoría, los humanos podemos aprender de nuestros ancestros animales más cercanos y, algún día, es posible que se salven vidas humanas gracias al conocimiento de los chimpancés”.